¿Qué maldición padeció este filme? Pues, a primera vista, ninguna. Érase una vez… tenía los medios: su financiación partió de Estela Films, compañía catalana que le dedicó toda su infraestructura. También tenía como director al historiador del arte Alejandro Cirici-Pellicer, que se encargó de dotarla con una minuciosa imaginería renacentista. Y, en funciones de corazón y músculo, contaba con un tal Josep Escobar. Dedicado a la animación desde los años 30, cuando estuvo a punto de emigrar a EE UU para trabajar en Paramount, el creador de Zipi y Zape aplicó a este trabajo, no ya un esfuerzo titánico, sino también una asombrosa cantidad de ideas. En realidad, el problema cupo en dos palabras: La Cenicienta.

Para contar con una premisa popular, los productores Josep Benet y Jordi Tusell habían decidido basar el debut de Estela Films en el cuento de la princesa cochambrosa y sus hermanastras. Calcúlese, pues, el pánico cuando, en plena producción, llegó la noticia de que Disney planeaba una cinta con el mismo argumento, que su título ya estaba registrado y que Mr. Disney no estaba dispuesto a ningún tipo de acuerdo. Rebautizada merced a la sugerencia de unos niños de primaria, Érase una vez… logró, pese a todo, plantarle varios órdagos a la compañía estadounidense: dos de las más preciadas herramientas disneyanas, el rotoscopio y la cámara multiplano, fueron recreadas en ella por Escobar con recursos casi rupestres. El dibujante, que había realizado él solo 173 planos del filme (sobre un total de 557), reservó la última picardía para el póster, donde las palabras Érase una vez… aparecían enmarcadas por una orla formada con el título La Cenicienta escrito en varios idiomas. Chúpate esa, Mickey Mouse.