Han pasado 76 años desde su estreno y aún hay quienes esperan a alguien que, al igual que Humphrey Bogart en Casablanca, les haga una promesa del tipo «siempre tendremos París».
Pero, qué le vamos a hacer, si nuestra naturaleza siempre apuntará a los lugares comunes en los que hemos, al menos de manera ficticia, encontrado un poco de esperanza acerca de sentirnos amados por completo.
Sin embargo, ya hemos tenido suficientes decepciones por pensar de esa forma. Deberíamos comenzar a cambiar algo dentro de ese pensamiento, pues no podemos seguir basándonos en los mismos clichés de siempre. Si es que funcionaron para alguien en algún punto de la historia, pensar que éstos seguirán surtiendo efecto a estas alturas del siglo XXI no es más que un ideal ridículo y pretencioso.
Debemos comenzar a voltear a lo que, a fuerza de rechazo y olvido, hemos orillado hacia la marginalidad. Es dentro del fango más oscuro donde se encuentran los diamantes más bellos y, de la misma manera, es en lo raro y lo monstruoso donde nuestros sentimientos van a volar por caminos desconocidos hasta encontrarse consigo mismos en su estado más puro.
Es justo la idea principal en muchas de las películas de Guillermo del Toro, un cineasta que ha enfocado su lente hacia lo extraño para encontrarse con la sensibilidad y la inocencia que, irónicamente, han sido desplazadas por aquello que hemos catalogado como «lo bueno» o «lo correcto».
Cintas como El laberinto del fauno o La forma del agua nos dan una idea de cómo los sentimientos, aquellos que de verdad nos enaltecen, no nacen del orden sino de un caos que a veces nos aterra. En esta última película, el sentimiento que más salta hacia nuestros ojos es el amor gracias al romance de Elisa con la criatura.
Nosotros como espectadores podemos darnos cuenta de que el amor no se trata de algo creado a partir de un molde o una receta, sino que se construye a través de lecciones valiosas que sólo podremos valorar cuando llegan hasta nosotros de una forma natural e inesperada:
Atrévete a ir más allá de lo que tus propios sentidos te permitan. Quien no se arriesga a lo desconocido, siempre correrá el peligro de estar solo.
Cuando se trata de amar, no existen etiquetas como «lo prohibido» o «lo indebido». El amor no conoce de fronteras, sólo de horizontes.
No caigas en la rutina, pero esfuérzate por crear lazos afectivos a partir de lo cotidiano. El pasar de los días es la mejor forma de conocer a una persona.
Lo «convencional» no puede ser algo que defina tus sentimientos. Si aún hay algo libre en este mundo es la posibilidad de amar incluso lo que a otros pueda parecer «extraño» o «monstruoso».
Trata de adaptar como «tuyo» lo que en realidad le pertenece a la persona que amas; esto no significa que te conviertas en ella, sino que logres comprenderle como si se tratara de ti.
El amor no siempre se encuentra en la persona que quieres, sino en aquélla que espera a que vengas para alegrarle el día.
Forzar las cosas no es precisamente luchar por amor, sino aferrarte a una imagen que sólo existe en tu mente y en ningún otro lugar.
Un sentimiento tan fuerte como el amor no puede encontrarse en lo tradicional. Es necesario ser locos y desafiantes para encontrar justo eso que nos llevará a un estado de pasión y euforia desmedida.
Pocos lugares son tan perfectos para amar como aquellos en los que, a fuerza de pasión y necedad, se van convirtiendo en nuestros.
Amar no se trata de besos y caricias, sino de todo lo que eres capaz de aprender del otro y de todo lo que él puede aprender de ti.
El único lugar en el que hallaremos el amor será aquél en el que nos sintamos completamente aceptados y libres de ser quienes somos y buscar lo que queremos llegar a ser.
Un sentimiento tan fuerte no es bueno ni malo, simplemente es y existe porque tiene que existir. Lo demás son sólo fantasías románticas.
Si intentas cambiar a la persona que amas es preciso que te preguntes si en realidad sientes algo por ella o estás tratando de convertirla en quien vive en tus fantasías.
No necesitas ser otra persona para que el amor llegue hasta a ti. Alguna de sus múltiples formas tendrá que alcanzarte algún día, pero si insistes en cambiar tu esencia, ten por seguro que nunca vas a sentirte conforme con tus propios sentimientos.
Adentrarse o no en una historia como ésta siempre será elección del espectador. Sin embargo, hasta la persona más despistada podrá darse cuenta de todas estas lecciones, apenas con una mirada superficial de la película. El que Guillermo del Toro utilice monstruos para hacer sus películas no es una simple cuestión de marketing, lo que el director trata de mostrarnos es un espejo en el que podemos reconocer todos nuestros defectos y al mismo tiempo aquellos aspectos que, como el amor, nos vuelven humanos.