Soldados ecuatorianos patrullan en los alrededores del Palacio de Carondelet, en Quito (Ecuador), este 9 de enero de 2024. EFE/ José Jácome

Ecuador se hunde en una pesadilla de caos, con el presidente Daniel Noboa declarando sin rodeos un «conflicto armado interno». La mecha se encendió cuando brutales asaltantes tomaron por asalto el canal de televisión TC de Guayaquil, secuestrando a sangre fría al personal en plena transmisión en vivo. Este acto desató un torrente de violencia, con incursiones en universidades, instituciones públicas y despiadados saqueos en Quito.

La declaración de estado de excepción del presidente, motivada por disturbios en seis cárceles con secuestros y fugas masivas, no hizo más que abrir las compuertas del infierno. La seguridad en Ecuador se desmorona, batiendo récords de homicidios en 2023, con 7,878 vidas perdidas y apenas 584 casos resueltos.

El país, convertido en un bastión clave para el tráfico de drogas, alimenta a más de 20 bandas criminales vinculadas a los sanguinarios carteles de México y Colombia. Los Choneros, Lobos, Lagartos y Tiguerones, entre otros, desatan un violento pandemonio, desafiando al gobierno y sembrando terror.

Noboa, con apenas un mes y medio en el cargo, enfrenta un desafío monumental. Sus promesas de reformar las cárceles y establecer prisiones flotantes para delincuentes peligrosos ahora parecen débiles ante la marea de violencia incontrolable.

Estados Unidos estima que un tercio de la cocaína de Colombia pasa por Ecuador antes de llegar a Norteamérica y Europa. El país, convertido en epicentro del narcotráfico, se ahoga en la sangre derramada, con narcóticos decomisados, laboratorios descubiertos y violencia desatada. Las bandas, antes diseminadas, ahora se unen en una sinfonía de caos, llevando a Ecuador al abismo de una crisis multifacética y desgarradora.