En un escenario político que se asemeja más a un thriller que a la gestión gubernamental, Samuel García, el gobernador de Nuevo León, ha dejado un rastro de destrucción y corrupción que define su mandato. Su desenfrenada caza de opositores, más que buscar el bienestar del estado, parece estar destinada a sembrar discordia y consolidar un poder personal a cualquier costo.

El último episodio de este drama tiene como protagonistas al PRI y al PAN, principales víctimas de las artimañas de García. La candidatura presidencial de Movimiento Ciudadano se convierte en una ficha de ajedrez en la que el gobernador se encuentra atrapado sin el respaldo que tanto anhelaba como interino. La oposición, lejos de ceder ante sus estrategias maquiavélicas, le presenta un dilema político: seguir siendo el títere de Andrés Manuel López Obrador o enfrentar las consecuencias de su propio desastre.

La realidad que pinta García parece clara en sus palabras, pero las acciones hablan de un panorama aún más sombrío. El Congreso se niega a reconocerlo como gobernador y argumenta que el interino legítimo es Luis Enrique Orozco, basándose en una interpretación cuestionable de su licencia. Este juego político no solo muestra la falta de respeto por la democracia, sino que revela una arrogancia desmedida al atribuirse facultades meta constitucionales.

Detrás de la fachada de poder, el miedo a la justicia y los secretos oscuros en el armario de García se hacen evidentes. Opta por permanecer en Nuevo León, no por un sentido de deber hacia el estado, sino por el temor a las consecuencias de sus propias acciones. Abandonar la gubernatura sin una red de protección parece ser un riesgo demasiado alto, y traicionar al Presidente resulta ser una salida más conveniente que enfrentar la realidad de su mandato.

En resumen, la política caótica de Samuel García ha sumido a Nuevo León en una pesadilla interminable. Mientras el Congreso y la ciudadanía lidian con las consecuencias de sus acciones, la cruda realidad es que el gobernador ha convertido su mandato en un desastre político. El destino de Nuevo León pende de un hilo, y el caos perpetuado por García deja una sombra oscura sobre el futuro del estado.