Muchos de los que nacimos a la luz del segundo milenio de esta era estamos alcanzando la mayoría de edad, algunos ya cumplimos los 18 años y otros tienen 21 hace rato. Nuestros padres dicen que llegó la hora de asumir responsabilidades y enfrentar cambios en nuestra vida. Parece que unos pocos nos damos cuenta de ello, mientras que otros no se dan por enterados, o no entienden de qué les hablan ni tampoco les preocupa mucho saberlo. Nos bautizaron millennials y nos encanta autodenominarnos así.

Para muchos de nosotros, hablar de futuro significa planear la próxima fiesta, el festejo de nuestro cumpleaños, las vacaciones… La mayoría vivimos con nuestros padres, quienes nos alimentan, pagan nuestros estudios y nos dan los gustos y lujos de acuerdo a su capacidad económica, e incluso a veces más allá de sus posibilidades reales. Por eso, al hecho de comenzar a preocuparnos por nuestra propia solvencia económica lo vemos como algo aún muy lejano. Hoy por hoy, tenemos otras prioridades. Organizar la mejor fiesta, llenar el placard con la ropa ‘más in’ o viajar a un lugar exótico para subir las mejores fotos a Instagram o Facebook y mandar los mejores snaps son algunas de nuestras principales metas inmediatas. Si las fotos son buenas, esto nos posibilitará incrementar nuestro número de seguidores y podremos convertirnos en el instagrammer o blogger del momento.

Por otro lado, también es cierto que, aunque lo veamos lejano, los millennials soñamos con un excelente futuro económico, sólo que no todos hacen un gran esfuerzo por conseguirlo.

Muchos aseguran que tendrán un futuro económico mejor que el de sus padres, pero existe una gran cantidad que opina lo contrario. Otros piensan que su futuro económico será igual que el de sus padres: seguirán sus pasos, lo que quiere decir que no consideran hacer un esfuerzo mayor que el que ellos hicieron o hacen. Ven que la generación que los precede está “bien” económicamente y con estar “bien” les alcanza. El deseo de superarse para muchos se perdió.

Jerónimo, de 25 años, asegura que hoy ve muy lejos y difícil de alcanzar el nivel económico que tienen sus padres, ya que ellos hicieron mucho esfuerzo durante toda su vida y lo siguen haciendo. En cambio, por el momento, aunque trabaja, piensa que no hace lo suficiente. Asegura que: “Si uno está dispuesto y quiere tener un nivel económico igual o mejor que el de sus padres, hay muchas formas de lograrlo y si se lo propone, puede hacerlo”.

Desde que nacimos, hemos visto a nuestros padres estresarse, ponerse nerviosos y hasta olvidarse de descansar y divertirse a causa de su trabajo. Y de algo estamos seguros: no queremos eso para nuestro futuro. Para muchos de los padres de esta generación, la felicidad implicaba tener el bolsillo lleno. Pero para sus hijos, no. Queremos poder disfrutar de la vida, relajarnos, viajar… Vivimos en un mundo de ensueño y queremos conseguirlo todo al instante, sin tener que esforzarnos mucho. Si queremos saber algo, ya no lo buscamos en libros sino que lo googleamos; si queremos conocer más acerca de la vida de alguien, lo stalkeamos en todas las redes sociales, y si deseamos compartir algo con nuestro entorno, sencillamente lo instagrameamos. ¡Somos tan millennials que duele!

Es común que los mayores se quejen de que no trabajamos; quizás en parte tengan razón, pero también podría decirse que somos la generación que trabaja sin recibir un pago directo en dinero por el servicio que brindamos. Somos técnicos: arreglamos celulares (en realidad cualquier tipo de aparato tecnológico). Somos instructores: le enseñamos a nuestra familia a usar cualquier dispositivo y cualquier aplicación que éste contenga. También, nos llevamos muy bien con la gráfica y la edición. No subimos ninguna foto al ciberespacio sin que antes pase por cuanta aplicación para editar exista. Le ponemos efectos para oscurecer o aclarar, contraste, brillo, nitidez y hasta solemos difuminar las partes que no queremos que aparezcan. Nadie nos enseñó a photoshopear pero nos las ingeniamos y la tenemos muy clara. Esta generación es tan generosa que aunque se sienta incomprendida por la sociedad y no escuchada, los millennials siempre estamos allí para escuchar al otro. Nos encanta hacer de psicólogos y damos consejos que no podemos seguir o cumplir. Hay días en los que la abogacía es lo nuestro, defendemos a nuestros amigos o seres queridos pase lo que pase. Si bien muchos no trabajan fuera del hogar, todos coincidimos en que somos multitasking.

Al final del día, algunos nos sentimos culpables de que nuestros padres o abuelos nos ayuden con algún dinerito, pero a ver, ¡wake up! ¿Quién está ahí para ayudarlos cuando no entienden algo en Facebook? ¿Quién les hizo su cuenta en Instagram? ¿Quién les explicó cómo mandar emoticones en WhatsApp? Y ni hablar de quién les enseñó algo tan simple como subir fotos en las redes sociales…

Sentimos que la sociedad en cierta forma, está en deuda con nosotros. Justamente, fuimos los que inspiramos a muchos políticos a nivel mundial para lanzar sus campañas a través de las redes sociales y a usar aplicaciones que no habían usado jamás. Creíamos que teníamos nuestro propio mundo, pero ya sea porque aprendieron imitándonos o fuimos nosotros mismos los que les enseñamos, los mayores invadieron las redes sociales y ya casi no tenemos lugar donde refugiarnos. Algunos de los que nos duplican en edad publican aún más que nosotros. Se volvieron fans, son literalmente miles los vivos en Instagram y otros posteos que suben a las redes.

Todo parece fácil para los millennials y para muchos quizás lo es, ya que no tenemos que preocuparnos por quién pagará la cuenta del teléfono, de la luz, del gas, el servicio de wifi o con el dinero de quién se pagara el café al que le sacamos una foto para subir a las redes. Si bien no todos vivimos a costa de nuestros padres, existe una gran parte que sí lo hace.

Andrea, de 19 años, cuenta que sus padres le pagan todo. Esto le genera cierta culpa y siente que tiene que hacer algo para cambiarlo. Pero aún así, no lo hace.

Facundo, de 28 años dice: “A mi futuro económico lo veo creciente, por lo menos así fue en mi caso durante los últimos años; además actualmente existen muchas oportunidades para crecer financieramente. En la época de mis viejos no había tantas herramientas para conocer el manejo del dinero ni tantas oportunidades, su única meta era trabajar y cobrar un sueldo. En cambio, hoy en día podemos hacer inversiones para que nuestra plata vaya aumentando, y si a esto le sumamos la formación profesional y las facilidades que hay para estudiar, creo que mi economía va a ser ampliamente superior a las de mis padres”.

En cambio, Emiliano de 23 años, no se imagina trabajando: “Al trabajo lo veo muy lejos todavía”, dice. Esto significa que sus padres van a ser quienes sigan pagando su estilo de vida. En cuanto a su futuro económico, muy seguro, afirma que será peor que el de sus padres ya que le gustaría trabajar en el área de los servicios públicos y nunca sería empresario como ellos.

Paralelamente, muchos retrasamos lo más posible la decisión de mudarnos de la casa familiar. Quizás la verdadera razón por la que todavía no dejamos el nido, es que además de sentirnos económicamente protegidos, estamos contenidos por la familia. Nos hacemos preguntas como: ¿Por qué compraríamos un auto si podemos pedírselo prestado a nuestros padres?, o ¿por qué alquilaríamos otra casa y nos preocuparíamos por equiparla si ya tenemos una? También es cierto que la expectativa de vida se ha alargado a nivel mundial y nosotros lo sabemos, por lo que también se han extendido las etapas de la vida, y en base a eso, en muchos casos, pretendemos hacer eterna nuestra adolescencia. Esto sin dudas produce un efecto en la economía del país: como cada vez hay más jóvenes viviendo con sus padres, en lugar de por su propia cuenta, menos personas necesitan comprar muebles y electrodomésticos, por ejemplo.

Por otro lado, también es cierto que algunos millennials deciden irse de la casa paterna. Mientras que unos lo hacen por la sola razón de independizarse, otros se van para escapar a los conflictos que suelen tener con su familia. Pero en general la única posibilidad para ambos grupos es alquilar. Esto se da ya que no cuentan con suficientes ingresos y aún no tienen el capital para adquirir una casa propia. Es por eso que a pesar del deseo de independencia que algunos tienen, al momento de comprar una propiedad, muchos terminan pidiendo ayuda a los padres.

Estamos llegando a la edad en la que nuestros padres, tíos, primos o hermanos mayores ya estaban casados, o por lo menos con la idea de hacerlo, y algunos ya tenían hijos. A nosotros, en cambio, no nos urge formar una familia ni casarnos, y los que deciden correr el riesgo, lo hacen después de los 30 años. No estamos dispuestos a cumplir mandatos familiares ni soportar presiones sociales. Queremos vivir a nuestro ritmo y siguiendo nuestras propias reglas. Es una forma de manifestar la cultura de la libertad, la autodeterminación y la búsqueda de la felicidad que identifica a esta generación. Para nosotros, es más importante vivir nuevas experiencias y disfrutar de la vida que adquirir posesiones materiales como lo era para nuestros padres.

No obstante, una de las principales razones por la que dilatamos el momento de casarnos y ser padres, es la económica. Hoy es difícil conseguir un buen trabajo sin tener una formación universitaria; por eso, muchos priorizamos el estudio y una carrera profesional. Elegimos dedicarnos a lo que nos gusta, y a veces preferimos no tener trabajo, antes que hacer algo que no nos satisfaga. Además, casarse es caro y si ganamos algún dinero, aunque estemos en pareja, preferimos invertirlo en otras cosas, como viajes, que nos permitan descubrir otros horizontes. Sentimos que aunque ya hayamos entrado en la etapa de la adultez, aún nos queda mucho por descubrir y aprender. Creemos que no estamos preparados todavía para criar y educar a un hijo. Y es notable cómo esta nueva forma de ver el mundo influye en indicadores como las tasas de natalidad que están disminuyendo en diferentes países y regiones.

pueden cambiar y sin límites. Veremos qué pasa con el tiempo, quizás lleguemos a ser la generación que transforme la manera de vivir de este siglo. De todas formas, aunque muchos piensan que tenemos todo resuelto, ser un millennial no es tan fácil como creen.

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